Ser “niña” 

-“Niña, me trae una gaseosa por favor”.
-“Niña, para opinar en clase, debe tomarse una cerveza conmigo”.
-“Niña, ¿usted qué hace en la política?”.
-“Niña, le falta mucho para ser un político como yo”.

En todos los ámbitos y escenarios de la vida, la expresión “niña”, para referirse a una mujer, ha sido utilizada como un elemento de infantilización y de un desconocimiento de la capacidad de agencia, de decisión y de formación que tienen las mujeres, sobre todo, aquellas que participan en política. 

En la universidad, muchos docentes (no todos), usaron el poder para desconocer opiniones, críticas, visiones teóricas acerca de los temas de discusión. El “niña” no solo fue para invisibilizar, sino, también y seguramente, para jugar psicológicamente en una relación de poder, mediada por el acoso sexual, en la relación docente-estudiante “niña” sin uniforme de colegio.

En trabajos de logística, por ejemplo, tanto jefes como clientes, embelesados por el espectáculo, la mejor expresión que podían usar para responder a las exigencias de respeto y organización, precisamente era “niña”, nuevamente, como una forma de establecer la barrera y la distancia entre el trabajador del espectáculo y del asistente al mismo.

Mujeres en la política

En la política ha sido peor la experiencia. Los políticos hombres tradicionales, y algunas mujeres también, se sorprendían que, precisamente, una “niña” les confrontase con argumentos técnicos, con ideas políticas claras, con visiones de ciudad construidas desde la experiencia. En la política, nunca han dialogado con nosotras, porque no nos han dado el lugar, porque para el mundo de la política, seguimos siendo “niñas”.

No necesitamos más niñas en la política. Necesitamos más mujeres en la política. Pero, sobre todo, se necesitan hombres que abandonen la mentalidad tradicional del ejercicio del poder. Y para esto estamos acá: para transformar las formas de hacer política donde las mujeres han sido invisibles o han sido tratadas como “niñas”.